Año a año confluyen en Uruguay viajeros y viajeras de todo el mundo. Nos gusta pensar que llegan atraídos por cierta lógica de lo simple y verdadero, buscando la calidez de su gente, el tiempo pausado, la lentitud amable, el hacer austero, la escala pequeña de un país pequeño.
El Departamento de Rocha combina sierras, lagunas y playas con un particular toque de bohemia que potencia la conexión del visitante y la naturaleza.
Su costa interminable despliega el encanto de Punta del Diablo, La Paloma, La Pedrera, Aguas Dulces, Barra de Valizas.
Y atractivos excepcionales como el Monte de Ombúes y Arroyo de Valizas, la Laguna de Rocha y el toque mágico y rural de sus Sierras.
Y en San Antonio, el visitante descubre una deliciosa combinación de playa, bosque y dunas.
Aquí, el Océano Atlántico y su infinita paleta de colores y sonidos nos regalan increíbles tesoros; la visita de la ballena franca austral en su tránsito hacia el sur durante el invierno; el delfín del plata que surca las olas todo el año; la mutación constante de la fisonomía de la playa. Y en las noches, un manto milagroso de estrellas parpadean en el cielo, como el faro de Cabo Polonio allá a lo lejos, tras sus 12 segundos de oscuridad.
Las dunas, testigos y protectoras del desarrollo del ecosistema costero uruguayo, son altas terrazas de arena y vegetación con capacidad fijadora frente a la erosión, y un mirador natural a la inmensidad del mar.
Y el bosque, en el que se descubren casas y cabañas escondidas entre senderos, es el dueño de una vegetación tupida, hecha de variadas especies nativas, acacias y altísimos pinos europeos en lo alto. El bosque esconde en la copa de los árboles los colores y cantos de aves autóctonas, y en lo bajo, el increíble universo del mundo fungi.